Te he
conocido por puro accidente. Cuando estaba sólo dispuesta a dejarme llevar por
la rutina, apareciste en la ventana de mi carro, cual renegado, pensando que te
llevabas el mundo por delante, que te lo comías con las manos. No estaba
impresionada, los hombres como tú, no me generan nada llamativo, ni me
revolotean las hormonas, solo me dan lástima. Inmediatamente imaginé tu vida,
vacía, desdichada, triste y sola. Yo seguí mi camino y pronto desapareciste de
mi vista.
Llegué
al trabajo, como de costumbre. Muchos contratos, reuniones y muchas
llamadas. Pasaste a ser como ese montón de gente que va en las calles, que
sabes que nunca volverás a ver. A la hora de
salida, (aunque siempre suelo quedarme hasta tarde, justo ese día, algo se
presentó), bajaba las escaleras y para mi sorpresa ahí estabas, parado junto a tu auto deportivo,
esperando por alguien. Me reconociste, te reconocí. Justo venía bajando la
mujer que estabas esperando, tu hermana. Ella y yo nos
despedimos con afecto, con ese afecto que crece cuando compartes la mitad de tu
día, todos los días con la misma persona. Te presentó, "Fulano de Tal".
Eres
más caballeroso que lo que reflejas. Tienes esa personalidad de adolescente
rebelde, que pensé que a tu edad ya se ha superado y no me agradaste, eres
arrogante y pedante. Esa misma noche coincidimos en un bar, dónde suelo ir con
mis amigas. Sentí que tus manos sostuvieron
fuerte mi brazo y me halaste hacia a ti. Esa siempre ha sido tu forma de
hacerle ver a las mujeres que cuando te interesan, “no nos podemos resistir”.
Pero te equivocaste, no soy igual que las demás. Rápidamente
reaccioné, solté mi brazo de tus manos y te grité, Suéltame. Disculpa, solo quería saludarte, me respondiste. De una forma avergonzada y sumisa buscaste que bajara la
guardia para ver como atacabas por otro lado, ese lado dócil que solemos tener
las mujeres.
Pasaron los días y mágicamente siempre nos encontrábamos. Me mandabas "románticos" regalos con tu hermana, insistentemente. Eso si debo reconocértelo, sabes insistir. Pareces sacado de una de esas películas de cómo conquistar a una mujer en 10 pasos, y ese ego tan elevado que tienes, te ayudó a creerlo posible, de tal forma, que lo lograste.
Pasaron los días y mágicamente siempre nos encontrábamos. Me mandabas "románticos" regalos con tu hermana, insistentemente. Eso si debo reconocértelo, sabes insistir. Pareces sacado de una de esas películas de cómo conquistar a una mujer en 10 pasos, y ese ego tan elevado que tienes, te ayudó a creerlo posible, de tal forma, que lo lograste.
Acepté
una noche salir a cenar contigo. Después se hicieron más constantes las salidas; ninguno de los dos nos atrevíamos a llamarlas “citas”, me negaba a aceptar que quizás una parte de mi le gustaba la idea de que fuéramos algo mas. Dicen que en
la constancia está la clave, y creo que es algo que sabes muy bien. Tus cosas,
tus caballerosidades, tus gestos, tus detalles, tu hombría, tus testarudeces,
tus tonterías, tus locuras, tu risa, tu mirada, creo que todo eso jugó un papel
fundamental, se fundieron entre si y lograste enamorarme.
Nos
enamoramos como dos adolescentes, como dos niños que juegan al papá y la mamá.
Inocentes, juguetones, flechados, bobos, cursis. Eran de esos amores enfermizos,
de la muchacha buena y el tipo malo, de el busca pleitos y la colegiala, de
amor-odio. Pero nos amábamos, era un amor que quizás solo nosotros entendíamos.
Pero
como todo amor dramático, tortuoso, doloroso, traumático y atropellado, llegó a
su fin. Decidimos dejar las cosas ahí. No por falta de amor, sino por falta de
fuerzas, por falta de fe. Nos hicimos daño, no nos perdonamos, nos herimos y
sufrimos, lloramos y sobre todo, cambiamos. Te fuiste lejos del país por mucho
tiempo, para aclarar tu mente, para calmar los recuerdos, para dejar descansar
un poco el alma.
Cuando
regresaste ya ni la ciudad era la misma. Habían nuevas
estructuras metropolitanas, nuevos lugares de recreación y nuevas personas en
mi vida. Nos topamos en un evento social. Estabas acompañado de tu hermana, yo
andaba sola y cuando nos vimos, los recuerdos se estrellaron contra nosotros,
como las olas del mar cuando rompen en las rocas. Y una sola mirada bastó para decirnos lo que por
años se había acumulado como montaña de polvo en nuestros adentros.
Te
acercaste y nos saludamos, con más miedo que vergüenza. Me abrazaste y te
abracé, cerré los ojos por un momento y recordé aquel día en la playa, donde
pasamos una de las tardes más hermosas de mi vida, y con un suspiro se abrieron
mis ojos y salimos al balcón. Hablamos mucho de nuestras “nuevas” vidas, de esa
persona que estabas conociendo que te ayudaba a sanar tus heridas y te sentí tan distante, como si fueras un completo extraño. No sé a quién y no sé cómo se nos ocurrió la
idea, fuimos esa misma noche a la playa donde habías estado aquella vez y
habíamos sido tan felices. Fue un momento más de pasión y curiosidad, que de amor. Sentimientos, que esta vez, eran muy diferentes a los que nos
impulsaron aquel día. Confirmo la frase que dice, "Al lugar donde se ha sido feliz no se ha de volver...".
De
regreso a casa, el camino fue acompañado de un silencio desgarrador. Te pedí
que pararas tu carro en la calle, sentía que me ahogaba. Y aunque llovía fuerte afuera solo necesitaba respirar.
Sin mirarme me dijiste, pensé que todo sería igual que aquella tarde en la playa. Y antes de salir de tu carro, te respondí, solo que esta vez, llovía.
Me desmonté y sólo caminé. Recuerdo que lloré mucho, con rabia e impotencia, y solo dejé que la lluvia cayera sobre mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario